domingo, 16 de octubre de 2011

Germán Alonso García Pajón



Museo de Arte Moderno de Medellín. mayo-noviembre de 2011



Conjuro, hechizo, embrujo, magia, adivinación, videncia, premonición, liturgia, milagro, oráculo, profecía, sanación, catarsis, secreto, transformación, constitución, superstición, encanto, fascinación, seducción, ilusión, brujería, truco, mentira, persuasión, beneficio y maleficio, rezo, nigromancia, ocultismo, fabulación, trampa, ensalmo, exorcismo, suerte, SORTILEGIO.

Lograr consenso sobre qué es arte resulta una tarea imposible, quizá sea más fácil definirlo sobre lo que definitivamente sabemos que no es: el arte no es servil, no es función, no es un discurso lógico, no es verdad. Después de pasear rápidamente por la corta pero prolífera producción de Germán Alonso García Pajón, queda en el paladar una sensación de ambrosía agridulce, de ver un ser cargado con el dolor de la nada y la felicidad de lo esquivo, en suma, se respira en su vida y obra la marca que deja en alguien el haber lidiado con la larga historia de lo que los hombres somos y la cultura nos hereda. La tradición judeo cristiana y la grecorromana siguen narrando las historias de los mundos que proyectamos, porque aunque pasase mucho tiempo recorrido desde ese entonces, solo bastaría revisar la herencia del padre de nuestro padre y a la vez de su padre y así consecutivamente, hasta llegar a contar ochenta generaciones para estar frente a nuestro tatarabuelo de los tiempos de Jesús. Son solo ochenta vidas sobre nosotros, solo esas las que nos pondrían en el vértice de la historia, eso es el tiempo; movimiento que parece más. Hay quienes como Germán parecen haber sido tocados con el secreto de las cosas que cargan estas ochenta vidas de atrás, tienen el poder de la transformación y la constitución en sus manos, se encuentran entre nosotros con una capacidad única de recordar los caminos a los demás, se mueven entre la comedia y la tragedia de la escena mortal de la vida. Como señalaría Clarice Lispector “hacen sentir que la vida es una naturaleza muerta”.

El arte se toca, se huele, se ve en la vida y la vida hace eco en el arte. Como si se tratara de una construcción claramente imperfecta, pero única, la vida humana se debe a una suerte de extraña y cuidadosa combinación de múltiples y afortunadas variables que hacen que lo que se dé o brote al plano de la existencia sea un milagro irrepetible cada vez. Explicar el soplo de la vida desde las cualidades denotativas de la ciencia siempre será un camino más largo,  y de alguna manera, incierto en comparación con las alternativas que pueden dar las disciplinas especulativas y la mística del universo metafísico, como la religión o la superstición. Precisamente en esta línea -de facto-, poseer el encanto y propiedad de la vida es solo el requisito apenas mínimo para, a través del ejercicio del arte, volver a la especulación que desde la vida misma y sus misterios nos hace reinventarnos, erigirnos como dioses o demonios. La recreación de la vida desde la vida es precisamente lo que define al arte, a tal punto de que “la vida imita al arte”, como lo afirma Oscar Wilde.

Para Gilles Deleuze, el artista es un visionario que experimenta con los materiales sin pretender más que activar un juego resultante de la conversación entre ellos, “que no celebra algo que ya pasó, sino que confía a la oreja del porvenir las sensaciones que la encarna”. El artista es aquel capaz de enfrentar al horror, dispuesto al despojamiento, a recorrer caminos nuevos buscando lo indecible, “aquello que en verdad apenas llamo pero sin saber su nombre”.

Germán Alonso, en su abismal ansia de conocimiento llegó a manejar a muy temprana edad, con suficiente destreza, la alquimia que significa especular con arte y desde el arte. Elaboró pensamientos complejos con juegos de palabras que enmarcaban los temas en el surco del conjuro; desarrolló maneras y formas de hacer de otro tiempo, tal vez de mucho más atrás o mucho más adelante, de formas concretas y equilibrios audaces. Su vida pareció marcada por el designio del mago, y su foco nunca dejó de alumbrar el camino intrincado pero certero que solo los encantos del pensamiento, siempre díscolo, distraerían pasajeramente su atención, cosa que él aprovechaba como una visita al afuera para alimentar su propósito claro de no hacer nada distinto a la concreción del absurdo, porque en el arte el reto es perderse con la certeza de encontrar lo desconocido.

Para Germán el arte fue una forma de “hacer destino” (como reza el dicho oficioso de antaño), una combinación de dos ideas de tiempo; la primera nos dispone a un movimiento inmediato y la segunda se refiere al intervalo temporal de la vida misma. En conjunto “hacer destino” es una suerte de pleonasmo que recuerda que se hace ‘camino al andar’, así los caminos ya hayan sido andados por los sueños de otros, una especie de mantra que repite y entreteje estos tiempos como en un Déjà vu, como el perro que incesantemente intenta sin éxito engullir su cola. Así como confabula el universo para que una vida se dé, confabula también para volverla a integrar al caos de la creación, para devolver a cada cual lo que le pertenece: la eternidad. La muerte de Germán dio sentido a su paseo por el mundo, su deceso ya estaba escrito en un lienzo que tiempo antes hubiera pintado, Satín Sangre, 1986. Donde se propone una pareja andrógina: él yacente inanimado, ella encima de él expectante, los dos bañados en sangre, copando completamente el formato de rojo púrpura, donde la muerte nuevamente es vida.

Sortilegio además de ser una “adivinación que se hace por suertes supersticiosas”, como quizá podríamos atrevernos a decir sin certeza alguna qué es el arte, es también el nombre de esta exposición, de este texto, de este testimonio y legado. El Museo de Arte Moderno de Medellín con esta muestra recibe de manos de Anaelcy Molina, su compañera y complemento, once obras que desde ahora son parte de su colección. Llegan para acompañar a Apasionado Sebastián, obra que desde 1986, se quedara aquí como evidencia de su participación y premiación en el ya mítico ‘Salón Arturo y Rebeca Rabinovich’. Desde ahora esta será la casa de estas obras. Serán cuidadas y estudiadas, propuestas para el deleite de ustedes, para que sigan contando su historia y quizá aquí según el contexto puedan servir para algo más… tal vez para montarnos sobre el potro indomable de la imaginación.

Gracias Germán, gracias Anaelcy.

Oscar Roldán-Alzate
Curador

En memoria a
Germán Alonso García Pajón.
Medellín 1961 – 1996.

Oswaldo Maciá



Un escenario entre la seguridad y la educación
Site specific. Museo de Arte Moderno de Medellín. 
Salón de Fundición
octubre-noviembre de 2011.

Cuatro tiros, balas o disparos son el número de oportunidades -no necesariamente acertados- que separan al alumno del aspirante a un cargo de vigía en una agencia de seguridad en Medellín. Este es casi un rito de paso o acto de graduación al que se enfrenta un sujeto, quince días después de haber iniciado un curso en una escuela que provee al sistema de seguridad de la ciudad con agentes de vigilancia. Los alumnos son principalmente mujeres y hombres jóvenes tentados por el mundo castrense; algunos aplican a esta opción después de ser reservistas del ejército o soldados profesionales; otros son reinsertados a la vida civil tras haber pertenecido a una organización al margen de la ley; y la gran mayoría, son personas que debido a sus pocas posibilidades económicas encuentran en este campo la manera de alcanzar un sueño de formación, para calificar servicios y optar por una alternativa de empleo.

Esta situación encierra claramente una paradoja compleja que nos confronta con el sistema educativo que tenemos y sobre todo, con el papel de la educación frente a la sensación de seguridad. Se trata de la idea que subyace en el hecho de una sociedad que educa a un grupo humano para defender a otro más privilegiado. Pero, ¿defenderlo de quién? Posiblemente de la misma comunidad vulnerable de la que éstas personas provienen, y que obviamente por necesidad, se ve inducida a actividades contrarias a la lógica del desenvolvimiento productivo de la misma sociedad. Son los mismos personajes o la misma base social, entonces, los que resultan enfrentados, unos del lado de la ley y el orden y otros, de las filas del hampa: bandas organizadas que mantienen en clara tensión la convivencia ciudadana.

Esta realidad es el foco de atención tratado por Oswaldo Maciá en la obra que estamos presentando. Su inquietud nace de un contacto directo con ella: tras oír unos disparos de arma corta en el centro de la ciudad de Medellín, en uno de sus viajes de investigación para la concreción de su participación en el MDE11,  decide tratar de entender este inquietante ruido y trabajar con él para -a través de la figura musical del melisma- entregárnoslo nuevamente convertido en una realidad estética, que está dispuesta para nuestra reflexión. Aquí, el ruido se vuelca a sonido tomando cuerpo y relevancia absoluta como volumen de arte, es una escultura sonora que inteligentemente se incorpora a nuestra vivencia sensorial desde la memoria misma que hemos construido todos los que, de una manera u otra, hemos permanecido en este país.

Para Oswaldo, el hecho de que el arte tenga que hacer algo por la educación se compara con la función de la ciencia o la filosofía -disciplinas puras que median la producción del conocimiento per se-; es decir son las ramas básicas del conocimiento humano y como tal, todo lo que se deriva de ellas es factible de procesos educativos, pero no es obligación de éstas ocuparse de asuntos propios de la pedagogía.

En este evento, la educación es claramente un problema que hay que tratar bajo las formas y posibilidades gramaticales de una obra que se vale del tiempo y la experiencia para señalar una situación particular que nos compete a todos, en contraposición con la posibilidad que presenta el ejercicio del arte como incitador de cambios en un aula o un taller de clases de primaria o secundaria. Es así como el enunciado del MDE11 es tomado por Maciá como un detonante creativo y a partir de él cuestiona la problemática entre dos factores concretos de la sociedad mundial contemporánea: la seguridad y la educación, generando tres circunstancias -A, B, C- dispuestas en un solo escenario.

‘Escenario para tres circunstancias: A, B, C’ es una intervención espacial propuesta específicamente para el Salón de Fundición del MAMM. Esta pieza de arte no convencional contempla tres momentos o circunstancias, así:

Circunstancia A: la componen los objetos escultóricos dispuestos en el espacio central. Desde una tribuna metálica el público es oyente y espectador al mismo tiempo, frente a las esculturas geométricas flotantes, dispersas de tal forma que el visitante puede interactuar con ellas. Su forma original es un cuadrado perfecto fragmentado en siete partes.

Circunstancia B: tiene que ver directamente con el tiempo. Es la repetición y el silencio tangible en un paisaje sonoro. La composición hecha por el músico Saul Giner, creada con base en melismas permite entrelazar lo visual y lo acústico en la obra. El sonido navega entre los espacios que separan los bloques geométricos, llenando con su gramática los silencios del escenario.

Circunstancia C: cuando la mente suma o fusiona los sentidos A (espacial) y B (auditivo), surge entonces una nueva circunstancia C. Estamos frente a una percepción singular, idónea para cuestionar nuestro conocimiento, releer, borrar o redibujar lo percibido.

En estas tres circunstancias los referentes sociales son tomados como marcas que alimentan la creación de una experiencia autónoma, algo así como una nueva palabra resultante de palabras ya dichas. Aquí, cada uno verá trastocada su capacidad de entender, de recurrir a la memoria para sustentar la vivencia y la imaginación alarmada encontrará buen aire para volar.

Oscar Roldán-Alzate
Curador