Museo de Arte Moderno de Medellín. mayo-noviembre de 2011
Conjuro, hechizo, embrujo, magia,
adivinación, videncia, premonición, liturgia, milagro, oráculo, profecía,
sanación, catarsis, secreto, transformación, constitución, superstición,
encanto, fascinación, seducción, ilusión, brujería, truco, mentira, persuasión,
beneficio y maleficio, rezo, nigromancia, ocultismo, fabulación, trampa,
ensalmo, exorcismo, suerte, SORTILEGIO.
Lograr consenso
sobre qué es arte resulta una tarea imposible, quizá sea más fácil definirlo
sobre lo que definitivamente sabemos que no es: el arte no es servil, no es
función, no es un discurso lógico, no es verdad. Después de pasear rápidamente
por la corta pero prolífera producción de Germán Alonso García Pajón, queda en
el paladar una sensación de ambrosía agridulce, de ver un ser cargado con el dolor de la nada y la felicidad de
lo esquivo, en suma, se respira en su vida y obra la marca que deja en alguien
el haber lidiado con la larga historia de lo que los hombres somos y la cultura
nos hereda. La tradición judeo cristiana y la grecorromana siguen narrando las
historias de los mundos que proyectamos, porque aunque pasase mucho tiempo
recorrido desde ese entonces, solo bastaría revisar la herencia del padre de
nuestro padre y a la vez de su padre y así consecutivamente, hasta llegar a
contar ochenta generaciones para estar frente a nuestro tatarabuelo de los
tiempos de Jesús. Son solo ochenta vidas sobre nosotros, solo esas las que nos
pondrían en el vértice de la historia, eso es el tiempo; movimiento que parece
más. Hay quienes como Germán parecen haber sido tocados con el secreto de las
cosas que cargan estas ochenta vidas de atrás, tienen el poder de la
transformación y la constitución en sus manos, se encuentran entre nosotros con
una capacidad única de recordar los caminos a los demás, se mueven entre la
comedia y la tragedia de la escena mortal de la vida. Como señalaría Clarice
Lispector “hacen sentir que la vida es una naturaleza muerta”.
El arte se toca, se huele, se ve
en la vida y la vida hace eco en el arte. Como si se tratara de una
construcción claramente imperfecta, pero única, la vida humana se debe a una
suerte de extraña y cuidadosa combinación de múltiples y afortunadas variables
que hacen que lo que se dé o brote al plano de la existencia sea un milagro
irrepetible cada vez. Explicar el soplo de la vida desde las cualidades
denotativas de la ciencia siempre será un camino más largo, y de alguna manera, incierto en
comparación con las alternativas que pueden dar las disciplinas especulativas y
la mística del universo metafísico, como la religión o la superstición.
Precisamente en esta línea -de facto-, poseer el encanto y propiedad de la vida es solo el requisito
apenas mínimo para, a través del ejercicio del arte, volver a la especulación
que desde la vida misma y sus misterios nos hace reinventarnos, erigirnos como
dioses o demonios. La recreación de la vida desde la vida es precisamente lo
que define al arte, a tal punto de que “la vida imita al arte”, como lo afirma
Oscar Wilde.
Para Gilles Deleuze, el artista es
un visionario que experimenta con los materiales sin pretender más que activar
un juego resultante de la conversación entre ellos, “que no celebra algo que ya
pasó, sino que confía a la oreja del porvenir las sensaciones que la encarna”.
El artista es aquel capaz de enfrentar al horror, dispuesto al despojamiento, a
recorrer caminos nuevos buscando lo indecible, “aquello que en verdad apenas
llamo pero sin saber su nombre”.
Germán Alonso, en su abismal ansia
de conocimiento llegó a manejar a muy temprana edad, con suficiente destreza,
la alquimia que significa especular con arte y desde el arte. Elaboró
pensamientos complejos con juegos de palabras que enmarcaban los temas en el
surco del conjuro; desarrolló maneras y formas de hacer de otro tiempo, tal vez
de mucho más atrás o mucho más adelante, de formas concretas y equilibrios
audaces. Su vida pareció marcada por el designio del mago, y su foco nunca dejó
de alumbrar el camino intrincado pero certero que solo los encantos del
pensamiento, siempre díscolo, distraerían pasajeramente su atención, cosa que
él aprovechaba como una visita al afuera para alimentar su propósito claro de
no hacer nada distinto a la concreción del absurdo, porque en el arte el reto
es perderse con la certeza de encontrar lo desconocido.
Para Germán el arte fue una forma
de “hacer destino” (como reza el dicho oficioso de antaño), una combinación de
dos ideas de tiempo; la primera nos dispone a un movimiento inmediato y la
segunda se refiere al intervalo temporal de la vida misma. En conjunto “hacer
destino” es una suerte de pleonasmo que recuerda que se hace ‘camino al andar’,
así los caminos ya hayan sido andados por los sueños de otros, una especie de
mantra que repite y entreteje estos tiempos como en un Déjà vu, como el perro que incesantemente intenta sin éxito
engullir su cola. Así como confabula el universo para que una vida se dé,
confabula también para volverla a integrar al caos de la creación, para
devolver a cada cual lo que le pertenece: la eternidad. La muerte de Germán dio
sentido a su paseo por el mundo, su deceso ya estaba escrito en un lienzo que
tiempo antes hubiera pintado, Satín
Sangre, 1986. Donde se propone una pareja andrógina: él yacente inanimado,
ella encima de él expectante, los dos bañados en sangre, copando completamente
el formato de rojo púrpura, donde la muerte nuevamente es vida.
Sortilegio además de ser una
“adivinación que se hace por suertes supersticiosas”, como quizá podríamos
atrevernos a decir sin certeza alguna qué es el arte, es también el nombre de
esta exposición, de este texto, de este testimonio y legado. El Museo de Arte
Moderno de Medellín con esta muestra recibe de manos de Anaelcy Molina, su
compañera y complemento, once obras que desde ahora son parte de su colección.
Llegan para acompañar a Apasionado
Sebastián, obra que desde 1986, se quedara aquí como evidencia de su
participación y premiación en el ya mítico ‘Salón Arturo y Rebeca Rabinovich’.
Desde ahora esta será la casa de estas obras. Serán cuidadas y estudiadas,
propuestas para el deleite de ustedes, para que sigan contando su historia y
quizá aquí según el contexto puedan servir para algo más… tal vez para
montarnos sobre el potro indomable de la imaginación.
Gracias Germán, gracias Anaelcy.
Oscar Roldán-Alzate
Curador
En memoria a
Germán Alonso García Pajón.
Medellín 1961 – 1996.
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