Hace un
momento terminé de ver un link que colgó en Facebook un amigo, se trata de un
documental, en tres episodios, publicado por la agencia gringa vice.com. La
historia, presentada como crónica por una modelo británica, es una mirada
‘critica’ a la semana del magno evento de la moda nacional: Colombiamoda, en su
última entrega; y desde luego, usa como telón de fondo todo cuanto este valle
de lágrimas tiene para lograr hacer las delicias de chicos y grandes durante
esta época. El nombre del informe, que además está editado en trilogía marcada,
es COLOMBIA
FASHION WEEK, y como subtítulo trae la perla de It's So Much More Than Fake Butts and Cocaine (Es mucho más que culos
falsos y cocaína).
Debo confesar
que soy bastante apático a los correos masivos, los videos recomendados, y
sobre todo los chistes en cadena. Pero, aunque ya descubrí que esto tiene que
ver con un trauma que me produjo el abrir una boleta con un mensaje en cadena,
que encontré en una tumba en un cementerio cuando aún no sabia leer; decidí ver este video porque no pude
contenerme tras el llamado de semejante titular. Bueno, además lo hice para ver
si consigo dejar la tara, que me produjo el haber tenido que dibujar casi
cincuenta padrenuestros en papelitos con lápiz amarillo después de saber que
decía la notica aquella.
La cosa
comienza y es inevitable irse enderezando paulatinamente a medida que avanza.
El contenido es engañoso en principio, y hasta cierto punto creí que se trataba
de una suerte de contradicción dialéctica sugerida en el subtítulo —un tanto
sarcástico—, y que en el desarrollo del tema encontraría un frente interesante
o al menos un giro que dejará el “It’s so
much…” como una antonimia retórica de los que uno se puede topar en esta
ciudad exótica y pintoresca. Y, como dice un amigo refiriéndose a un
restaurante conocido: “la cosa era feita, pero maluca”, es decir: sí, la vaina
sí iba para algún Pereira.
El video va
del Palacio de Exposiciones (hoy Plaza Mayor), al Hueco (hoy nuestro nuevo y
merecido centro de comercio de moda internacional desde Medellín para el mundo),
donde se promueve una feria disidente creada por los comerciantes del centro
hace no mucho en “la capital textil de Colombia”; la misma que ha logrado una
notable importancia en ventas y, sobre todo, en democratización de una
manifestación cultural imantada por la fuerza de la belleza y una condición
aspiracional como lo es la moda, que a pesar de ser el móvil por antonomasia
del vanitas, es una propiedad social de toda cultura.
Lo primero en que
pensé cuando terminó el primer episodio de 10 minutos, fue en el rinoceronte de
Durero, que viajó en boca de cuentero desde Venecia hasta Flandes y en el camino
se tornó máquina de guerra; luego en los viajeros europeos por tierras americanas
de los tiempos de la Colonia, específicamente en Edward Andre, que contó
historias al regresar a Francia al artista Edouard Riou, quien a su vez las convirtió
en placas de grabado donde cóndores gigantes amedrentaban a colonos insulsos. Y
justo antes de comenzar con los siguientes 10 minutos, pensé en la aparente
ingenuidad del Henrri Rousseau ‘el Aduanero’ y sus tigres feroces entre
líquenes sacados de las esquelas sin escala de referencia de la comisión
corográfica, todo esto para preguntarme ¿quién en este preciso momento estará
viendo semejante vaina?, ¿cómo es que sigue vigente el teléfono roto de la
interpretación libre de las culturas? ¡Que cosa!
En fin, en
este punto, los dibujitos de los padrenuestros de mi trauma de infancia (y digo
dibujos, pues para escribir sin saber, uno solo alcanza es a dibujar) me tenían
sin cuidado, pues definitivamente me enganchó la historia por el manejo del
tema, el tono satírico de la presentadora y claramente por tener la certeza —además
de saber que incluso yo mismo había criticado asuntos relacionados con esto de
la moda aquí, que me estaban mostrando con los ojos frescos de foráneo— que si
la cosa tenía la posibilidad de ponerse peor, lo lograría con mucha facilidad. En
efecto, del tema del canon de belleza que avala cada una de estas ferias en
disputa se pasó a Pablo en el episodio dos y de don Pablo se terminó con un
procedimiento quirúrgico en el tres: del que confío la señora que se prestó
para la entrevista y la grabación de su cirugía estética, no se dé por
enterada, pues de verdad no se ve nada bien… da lástima.
El caso es que
terminé hace un rato de ver los videos, justo el tiempo que me tomó llegar a la
palabra 784 de este escrito. A estas alturas no puedo dejar de pensar en que
dimos papaya, y como dice el dicho “a papaya servida…”. Y digo dimos, porque
entre otras cosas, siempre he sentido que la estructura de este fenómeno, el de
la moda en Medellín, se montó sobre la falacia de la apariencia, la liviandad
sublime del más profundo vanitas, que si bien la moda corresponde a la estética
en su análisis filosófico, la entendemos desde la cosmética. A lo anterior hay
que sumar que nadie se preparó para la crítica objetiva y que a pesar de que unos
jóvenes juiciosos que hacen bien su trabajo y algunas veces escriben, lo único
que se hace aquí es recrear la sociedad del espectáculo efímero que apunta a
dividir la gente entre linda y fea, rica y pobre, elegante y ‘guache’.
Saltan
entonces nuevos cuestionamientos que no puedo desarrollar por falta de argumentos,
pero si enunciar: ¿Cuándo y a quién se le ocurrió pensar en moda en este
pueblo? ¿De qué manera se dio ese proceso? ¿Cómo es la relación de ‘el templo
de la moda’ Inexmoda y los comerciantes del Hueco? ¿Cuándo les pusieron la pata
los unos los otros? Pero esto es anecdótico, pues lo que me resulta más complicado
de entender es: ¿Cómo nos dejamos ver peyorativamente de los demás? ¿Qué actitud
vergonzante nos cobija? ¿Por qué seguimos pensando que hay que comenzar una pregunta
con: perdón, disculpe?, como si de entrada fuéramos culpables de algo que
tenemos grabado desde la cuna y que nos hace inferiores.
La producción
parece realmente encargada por el enemigo, es un documento terrible, claramente
tendencioso, aunque no dice nada nuevo que ya hayamos comentado antes y se
centra en socavar en la condición clasista y revanchista de este pueblo, de
donde muy bien salió máxima del filósofo-ciclista que dice que “en Colombia se
muere más la gente de envidia que de cáncer”.
Volviendo al
tema, la gringa se contoneó por todos los recovecos —lugares por donde
difícilmente puede incluso un policía transitar— como si hubiera sido invitada
por el mismo evento que estaba destruyendo, tanto dentro como fuera de las
ferias. Se la ve ir de los camerinos de los desfiles a barrios populares, y de
la casa de una persona humilde y hospitalaria, que sueña con cambiar su suerte
con una cirugía plástica, hasta las primeras filas en las pasarelas. La verdad
del caso es que, de una manera muy hábil la mona “se nos metió al rancho”, y
claro, como no va a poder, si es que estas flores montañeras pareciera que nos
contaminaran el ambiente con esporas xenofílicas, y nos dejaran amando a cuanto
extranjero se aparezca. Resulta paradójico y muy complicado reconocer que el
único sensato en todas las entrevista, aparte de la señora, de casi cincuenta
que se puso implantes en las nalgas, resulta ser Roberto Escobar “El Osito”,
quien, al parecer, fue el único que le simpatizó a la señorita Charlet, tal vez
por prestarle el gorro cosaco de su hermano Pablo para posar tras las rejas,
como ella debió haber soñado verse en esta ciudad.
Como dicen por
ahí: “el que busca encuentra” y en tierra de locos la cumbia es son. La mona
vino a ver cómo vivíamos hoy con la coca a los antiguos dominios del Patrón, y
como si la estuviéramos esperando, se montó como escenografía para el desfile
principal del evento insignia de la ciudad (ese por el que se construyó “Plaza Mayor”,
dizque pa’que no se lo llevaran pa’ Bogotá) una montaña de polvo blanco en el
centro de un espacio industrial en desuso, donde claramente por parte de la
presentadora se hace ver, se alude y hasta se alcanza a oler que los modelos
transitan alrededor de una montaña de “perico”… y colombiano. No me crean tan
metro-sexual.
En suma, el
contraste del que tanto hablamos en esta ciudad fue reducido hábilmente por la
producción periodística de vice.com a la minima expresión, al tal punto de
cortar por lo raso y bajo. Quedamos todos sumidos en la misma masa vulgar a los
ojos del forastero que, viciado de escrúpulos y prejuicios, lleva con su voz el
poder, no de lo que vio, sino de lo que quiso o creyó ver; y además, le facilitamos
ver nosotros mismos, como levantando el tapete para que se note el mugre,
pretendiendo sindicar al prójimo para salvar nuestro pellejo… pobres incautos. Al
final no importa de cuál feria se habla, ni de qué lado de las montañas del valle
se mira la ciudad, pues la amalgama cultura se presenta en una sola esencia: la
del estilo ‘narco-dec’. No me voy
a quejar de esto pues, si se quiere, lo tenemos merecido por no habernos puesto
de acuerdo nosotros mismo en lo esencial, ni preocuparnos por saber quiénes
somos, reconocer nuestros errores y diferencias para tratarnos y vernos dignos,
y no necesariamente para que nos vean los otros como lo que no somos ni vamos a
ser, cosa en la que hemos invertido bastante. Vuelve la pólvora en gallinazos a
oler, sin ni siquiera estallar, ni alumbrar.
Si no nos
organizamos nos organizan. En términos de conocimiento no podemos seguir
pensando que es lo mismo ocho que ochenta como dice mi mamá, es decir: no puede
ser lo mismo “cultura ciudadana” que “ciudadanía culta”, ni mucho menos creer
que culto es el que habla dos idiomas o dejó de tomar aguapanela para pasarse
al gatorade. Ojo va y quedamos
castigando la tradición seducidos por la ignominia esnobista del vanitas
generalizado, ese mismo que lo único que enseña es a copiar lo foráneo e
incorporar maquillaje y no contenidos.
A todas éstas,
para terminar, les voy a sacar de la duda: fue mi tía la que me leyó la nota
del cementerio que evidentemente yo no podía leer, y me ayudo hacer los
padrenuestros que ahora tengo abonados y que tanto nos hacen falta para lidiar
con fama que tan duramente nos hemos ganado.
Oscar
Roldán-Alzate
Medellín, 10
de noviembre de 2011
exelente
ResponderEliminareso sucede por el sindrome de la colonia que aun prevalece, que digo, el de la conquista, nos deslumbramos con cualquier extranjesillo que se nos cruce!!!
ResponderEliminar